Piedra lunar. Librerías de viejo en Cuernavaca / II


Foto: Silvia Vargas


El caso de la librería Casa del Árbol

Tres leones que sacan la cabeza por encima de una fuente miran hacia la entrada que está en la otra acera, como si indicaran con los ojos el rumbo. En la ventana se recorta un hombre que pasa su tiempo entre páginas y papeles, sentado en su escritorio mientras los estudia y se abstrae. Un joven llega y se pierde en el fondo, busca en los estantes algo que todavía no sabe qué es. Más tarde, una señora pregunta al dueño si tiene piedra lunar. El foco de lo extraordinario resplandece.



Un lazo invisible une a estas personas en ese momento: como en tantas otras partes del orbe, en la Casa del Árbol los libros han hecho germinar un universo propio. Me queda claro también que desde hace tiempo fomentan mi propia tendencia al esoterismo de paseante. Invoco espíritus, consultas gratis, resultados variables.

Esta librería de viejo se encuentra en el Centro Histórico, sobre la avenida Morelos (número 189), ruta de escape del Apocalipsis que ineluctablemente se satura de automóviles en sus horas de oficina. El local toma su nombre de la casa que lo aloja, y está escrito en piezas de azulejo sobre un portón. Las paredes se escarapelan, pero conservan la leyenda del árbol que da sombra en el patio interior y que algunas noches es visitado por el espectro de un hombre (sospecho que lector de novelas de caballerías) montado en un caballo.


La historia me la cuenta Alberto Polleti, dueño del negocio. ¿Por qué abrir una librería de viejo en Cuernavaca?, le pregunto, y aduce locura. Un trastorno que suma cerca de seis años –cuatro de ellos en este espacio que visito– y no ceja, para beneficio y tranquilidad de otros más que comparten el mismo diagnóstico: la pasión por los libros. Algunos síntomas: voracidad lectora, acumulación galopante, libreros que se desbordan, parejas que sobrellevan la situación.

El señor Polleti lleva alrededor de 30 años en esto. Un oficio que heredó de su abuela, doña Clara Bazán Huerta, oaxaqueña que mira fresca desde su retrato colgado en la pared, y quien abriera una librería en la calle de San Ildefonso, Ciudad de México, en 1918. En su haber como dueño de librerías de viejo, el nieto rememora con delectación dos sitios, ambos en el Distrito Federal: el que fundó en los años ochenta en la Zona Rosa y el que tuvo en la Colonia Narvarte más recientemente, con 150,000 ejemplares, antes de que él y su familia se establecieran en Cuernavaca.

Inevitablemente pienso en los astros de un sistema planetario que orbitan en torno al lector, cuando observo los libros, las fotografías, los grabados y las piedras que llenan el espacio de la Casa del Árbol. Sé que reflejan los intereses del librero Polleti, incluso su concepción acerca de la vida, llena de energía y de cosas más allá de lo que imaginamos. El libro es energía, me dice sentencioso, y deduzco que piensa lo mismo acerca de los cuarzos que se muestran para su venta dentro de una caja de madera y cristal.

Casa del Árbol parece inspirada en las clásicas librerías de viejo del Centro Histórico chilango. No por el tamaño –pues en realidad esta librería es pequeña en comparación con aquéllas, aunque grande en relación con sus coterráneas–, sino por su propensión al laberinto y la densidad. Tiene dos pisos y en ellos se distribuye, aunque debería decir se expande, un acervo diverso organizado por temas, que incluye libros infantiles, de medicina, esotéricos, de sexualidad, de literatura y, de manera especial, de historia de México, con una parte de libros sobre Morelos. Para los coleccionistas consumados, hay una sección de volúmenes antiguos que van del siglo XVII al XIX, de contenidos y formatos sorprendentes, propiciatorios del deseo bibliófilo.

Tres leones, cabezas de estatua, cuidan desde el Jardín Revolución la permanencia de esta librería, piedra de papel que lo reverdece. 


Febrero de 2013, Cuernavaca, Mor.

Texto publicado en la cartelera de la Secretaría de Cultura de Morelos

Comentarios

wendeejahns dijo…
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